Y yo sigo con mis barquitos...
A raíz del reciente secuestro de un super-petrolero por piratas somalíes, he tenido la curiosidad de consultar un poco cómo pueden darse este tipo de situaciones... Y es que, imaginarse seis pequeñas lanchas de piratas somalíes atacando un petrolero largo como una torre Eiffel tumbada y alto como un edificio de 10 pisos, puede hacer pensar en una nube de mosquitos alrededor de un elefante. Pero por muy difícil que nos parezca, hacerse con el control de semejante monstruo, parece ser más sencillo de lo que podemos pensar. Las claves... la baja velocidad a la que circulan, la escasa tripulación que lo controla y los nulos sistemas de defensa que llevan estos buques.
Tal y como he podido leer, un petrolero, una vez cargado, navega a una velocidad de unos 15 nudos (27 kilómetros por hora). Las lanchas de los piratas pueden duplicar esa velocidad y el petrolero no puede escapar dada su escasa maniobrabilidad.. Debido a su gran tamaño, ni siquiera puede intentar maniobras de escape: un sencillo viraje implica recorrer 3 o 4 millas náuticas (5,5-7,4 kilómetros). Para girar en redondo, puede tardar media hora.
Una vez alcanzado el objetivo, los piratas juegan con varios factores a su favor. El primero es la sorpresa. Aunque sea un gigante, un petrolero cargado se hunde bastante en el agua y la cubierta más cercana puede estar a tan sólo cuatro metros de la superficie. Normalmente, los piratas aprovechan la noche y el cono de sombra del radar, que deja un ángulo muerto a popa.
Los piratas parecen haber refinado la utilización de barcos nodriza, de los que salen al asalto pequeñas lanchas con cuatro o cinco hombres cada una. Lanchas muy pequeñas, difíciles de detectar con los radares, más allá del problema del cono de sombra. Tan fácil es, que algunas compañías anuncian que cambiarán sus rutas para evitar estas zonas conflictivas.
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