13 de enero de 2009

No fue un sábado más

Hola amigos

Tras unos días de inactividad en las publicaciones, por cambios de diseño en el blog, vuelvo para seguir escribiendo sobre las pequeñas cosinas que me van sucediendo. Como veis, los cambios han sido un poco de formato, para poder incluir más secciones y darle un aspecto más "novedoso". Espero que os guste!!

Hoy os quiero contar mi experiencia de este sábado en el albergue. Sin duda, una de las más intensas y emocionantes de todo el tiempo que llevo como voluntario.
Lo que parecía que iba a ser un día más en el albergue (servir la cena, recoger y limpiar el comedor y tertulia entre voluntarios y hermanas) se transformó para mí en algo nuevo.
Esperando por el inicio de la cena, una de las hermanas entró en el comedor agarrando a un paisanín pequeño, encorvado y arrugado por el paso de los años. Débil, sin duda, por el frío de estos días y, seguramente, por el acumulado en su interior por la dureza de la vida. Sole (que es el nombre de la hermana), me pidió ayuda para sentarle al fondo en una mesa. Allí me planté, agarrando por detrás al pequeño hombre, que llegaba poco más arriba de mi ombligo. Una vez sentado, tembloroso, sin dientes y con la mirada perdida, le sirvieron un plato de sopa bien caliente y unas natillas. Llevaba varios días sin comer.
Me dijeron que si podía ayudarle con la cena, y con una mezcla entre sorpresa y miedo por la petición, accedí, con los galones que me dan las múltiples comidas a Clara.

Nuestro amigo accedió sin problemas. Miraba de cuando en cuando hacia mí, sin palabras, con una mirada que me decía "¿tú quién eres?", pero aceptaba mi compañía. Poco a poco, el calor de la sopita mitigó los temblores que se transformaron en momentos que yo viví con contenida emoción. En algún momento, marcó sobre su frente la señal de la cruz, como reflexionando sobre su vida y haciéndose cruces sobre cómo podía haber llegado hasta este estado.

Tras la cena, lo acompañamos hasta la habitación y, como si de un bebé se tratase, tuvimos que arroparlo en la cama. Felipe dejó su débiles piernas tapadas bajo la densa manta y, tras un vaso de agua, se puso a dormir.

Os lo cuento, no como mérito personal, que bien poco es, sino para reflexionar sobre un par de cosinas:

  • Lo grande que es la "Iglesia de la calle", la de todas estas monjinas y religiosos, que dedican su vida sin recibir nada a cambio a cuidar a los más desamparados, a los que no tienen nada, a los que lo han perdido todo. Ellos sí que son los héroes que tienen que luchar día a día con la ayuda del Señor. Sin duda... sin esta ayuda es imposible perseverar en esta tarea.
  • Lo débil y torpe que es el hombre, capaz de arruinar su vida, de perderlo todo, de quedarse sólo... Si hay algo que no deja de sorprenderme en las personas sin techo, es eso... la SOLEDAD. Buscada o encontrada, no lo sé, pero es profunda y desgarradora y que se manifiesta, sobre todo, cuando la enfermedad o el sufrimiento se presentan. Este sábado pude compartirla en ínfimo grado con este hombre.

Os invito de corazón a que os paséis por el albergue, éste u otro, que saquéis un ratín de vuestro tiempo para dar a los demás, porque, al final, se recibe mucho más de lo que se da.
A los que ya tenéis en casa una situación delicada que requiere vuestro tiempo... pues mucho ánimo, que sin duda es dónde necesitan vuestras manos y, sobre todo, AMOR.

Bienaventurados los mansos: porque ellos poseerán la tierra.
Bienaventurados los que lloran: porque ellos serán consolados
  • Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: porque ellos serán saciados.
  • Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos obtendrán misericordia.

Bienaventurados los limpios de corazón: porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los pacíficos: porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los que sufren persecución por la justicia, pues de ellos es el reino de los cielos.

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